jueves, 25 de junio de 2009

Desmond Morris. El Zoo Humano.



La historia de la crueldad deliberada hacia otras especies ha seguido un extraño rumbo. El cazador primitivo tenía cierto parentesco con los animales. Los respetaba. Y lo mismo hacían los primitivos pueblos labradores y ganaderos. Pero en el momento en que comenzaron a desarrollarse las poblaciones urbanas, grandes grupos de seres humanos dejaron de tener contacto directo con los animales, y se perdió el respeto . Al crecer las civilizaciones fue aumentando también la arrogancia del hombre. Cerró los ojos al hecho de que él tenía la misma naturaleza que cualquier otra especie. Se abrió un gran abismo. Él tenía un alma, y los animales no. No eran más que bestias irracionales puestas sobre la Tierra para su servicio. Los animales comenzaron a verse en difíciles trances.


No es preciso que entremos en detalles, pero hay que hacer notar que todavía a mediados del siglo XIX el papá Pío IX denegó la autorización para la apertura en Roma de un centro de protección de animales, sobre la base de que el hombre tenía deberes para con su semejante, pero no para con los animales. A finales del mismo siglo, un autor jesuita escribió: <Las bestias por carecer de inteligencia y, por consiguiente, no siendo personas, no pueden tener derechos de ninguna clase... No tenemos, pues, deberes de caridad, ni deberes de ningún otro tipo hacia los animales inferiores, como no los tenemos tampoco hacia los árboles y las piedras>

Muchos cristianos estaban comenzando a albergar dudas respecto a esta actitud, pero, hasta que la teoría de la evolución, de Darwin, empezó a ejercer su extraordinario influjo en el pensamiento humano, no volvieron a aproximarse los hombres y los animales. El retorno a la aceptación de la afinidad del hombre con los animales, que tan natural había sido para los primitivos cazadores, condujo a uan segunda Era de respeto. Como consecuencia, nuestra actitud hacia la crueldad deliberada con los animales ha estado cambiando rápidamente durante los últimos cien años; pero, pese, a la cada vez más intensa desaprobación, el fenómeno continúa, en gran medida presente entre nosotros. Las manifestaciones públicas son raras, pero las brutalidades privadas persisten. Tal vez respetemos hoy a los animales , pero todavía son nuestros subordinados, y como tales, son objetos altamente vulnerables para la descarga de la agresión redirigida.

Después de los animales los niños son los subordinados más vulnerables y, a pesar de que en este terreno las inhibiciones son más intensas, se llevan sometidos también a una gran cantidad de violencia redirigida. La depravación con que animales, niños y otros subordinados desvalidos son objeto de persecución, constituye una medida del peso ejercido por las presiones de dominación sobre los perseguidores.

Incluso en la guerra, en la que se enaltece el acto de matar, puede verse funcionar este mecanismo. Los sargentos y otros suboficiales dominana frecuentemente a sus hombres con extrema crueldad, no sólo para imponer disciplina, sino también para suscitar odio, con la intención deliberadad de que este odio se redirija en el combate contra el enemigo.

Volviendo la vista hacia atrás, podemos ver ahora los efectos producidos por la carga, artifiacialmente pesada de la dominación ejercida desde arriba, que constituye una inevitable característica de la condición supertribal. Para el animal humano, que sólo hace unos cuantos miles de años era un simple cazador tribal, la anormalidad de la situación ha producido módulos de conducta que, para los niveles animales, son también anormales: la exagerada preocupación por el mimetismo de dominación, la excitación de contemplar actos de violencia, la crueldad deliberada hacia los animales, niños y otros subordinados extremos, los actos de homicidio y, si todo lo demás fracasa, los actos de autocrueldad y autodestrucción. Nuestro miembro de supertribu, descuidadndo a su familia para ascender un peldaño más por la escala social, recréandose en las brutalidades de sus libros y sus películas, dando patadas a sus perros, pegando a sus hijos, persiguiendo a sus subordinados, torturando a sus víctimas, matando a sus enemigos, causándose a sí mismo enfermedades por exceso de tensión y volándose la tapa de los sesos, no es un espectáculo agradable.

Ha alardeado con frecuencia de su carácter único en el mundo animal, y en este aspecto lo es.


Es verdad que otras especies se entregan también a intensas luchas por alcanzar un status y que el logro de una situación de dominio es, con frecuencia, un elemento que absorbe por completo el tiempo de sus vidas sociales. En sus habitats naturales, sin embargo, los animales salvajes nunca llevan semejante conducta hasta los límites extremos observables en la moderna condición humana. Como he dicho antes, sólo en las reducidas moradas de las jaulas de zoo encontramos algo que se aproxime al estado humano. Si, en cautividad, es reunido un grupo de animales demasiado numeroso para la especie de que se trate y es instalado luego con demasiadas apreturas en el inadecuado medio ambiente de unas jaulas, es seguro que se producirán grandes incidentes.

Tendrán lugar persecuciones, mutilaciones y muertes. Aparecerán neurosis. Pero ni siquiera el director de zoo menos experto pensaría jamás en apiñar y amontonar un grupo de animales en el grado en que el hombre se ha apiñado y amontonado a sí mismo en sus modernas ciudades. Ese nivel de anormal agrupación, predeciría sin dudarlo el director, causaría una fragmentación y colapso completos del módulo social normal de la especia animal afectada.


Se quedaría asombrado ante la insensatez de sugerir que debía intentar semejante instalación con, por ejemplo, sus monos, sus carnívoros o sus roedores. Sin embargo, la Humanidad hace voluntariamente esto consigo misma; lucha y se esfuerza bajo estas mismas condiciones y consigue sobrevivir. Conforme a todas las reglas, el zoo humano debería ser ya una vociferante casa de locos, en vías de desintegración hacia una completa confusión social. Los cínicos podrían argüir que éste es, en efecto el caso, pero, evidentemente no es así. La dirección iniciada hacia una mayor densidad de población, lejos de menguar está creciendo constantemente en impulso. Las diversas clases de desórdenes de conducta que he descrito en este capítulo son sorprendentes, no tanto por su existencia como por su rareza en relación a las dimensiones de las poblaciones implicadas. Son extraordinariamentes pocos los forcejeantes miembros de supertribu que sucumben a las formas extremas de acción que he examinado.


Por cada desesperado buscador de status, homicida, suicida, perseguidor, destrozador de su hogar o incubador de úlceras, hay cientos de hombres y mujeres que no sólo sobreviven, sino que prosperan bajo las extraordinarias condiciones de las multitudes supertribales. Esto, más que ninguna otra cosa, es un testimonio asombroso de la enorme tenacidad, elasticidad e ingenio de nuetra especie.



La imagen es de Banksy.co. uk

sábado, 13 de junio de 2009

Gracias por tu calor, no pasaré frío. Pero sobretodo gracias por tu luz.


El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo, estira los minutos y los alarga como siglos. El tiempo, que es medida isócrona, se vuelve discontinuo e inconmensurable. Pero después de cada uno de esos instantes sin medida, volvemos al tiempo y a su horario: no podemos escapar de la sucesión. El amor comienza con la mirada: miramos a la persona que queremos y ella nos mira. ¿Qué vemos? Todo y nada. No por mucho tiempo; al cabo de un momento, desviamos los ojos. De otro modo, ya lo dije, nos petrificaríamos.

Octavio Paz

viernes, 5 de junio de 2009

Estudio lingüística y tengo severos problemas de comunicación, siento que tengo mi mente completamente desorganizada, en realidad es esta ciudad la que me esta matando lentamente, no he podido meter mis pies en un río o en el mar, ni siquiera he caminado por horas hasta cansarme por un camino de piedras y pasto. Estoy cansada de ver grises cada vez más grises.

Quiero salir de este stand-by en el que se encuentra mi espiritú, pese a todo por dentro me siento verdaderamante feliz, es como si mi interior no tuviera congruencia ni ilación con este triste entorno podrido. Supongo eso es lo que pasa.

Ahora me voy, tratando de llevar por esta vida esto que llevo dentro de mí que simplemente no sabe cómo lidiar y vivir en este mundo.
La pangloss.