domingo, 7 de noviembre de 2010

Y un hombre vino...

Ha vuelto de su estancia de cuarenta días en el desierto, después de resistir a las tentaciones de Satanás.
Está en el taller de su padre. Tanto la habitación como los objetos que contiene le son tan poco familiares que no tiene la sensación de haber vuelto. ¿Alguna vez usó estas azuelas, estos serruchos, estos martillos, para fabricar sillas y mesas y armarios?
En el tornillo del banco hay una pieza de madera tosca. Toma la azuela; sabe que esta herramienta se usa para alisar y dar forma a la materia bruta. Durante un instante siente las vibraciones de la herramienta en su mano, que se desvanecen como los vestigios de un sueño y dejan un peso muerto en sus dedos. Apoya una mano sobre la madera y, con la otra, asesta un fuerte golpe sobre un nudo protuberante de la madera.
La azuela se desvía del nudo y le corta la mano izquierda entre el pulgar y el índice. Es un corte profundo, pero el dolor que siente no es mayor al que habría experimentado si su mano misma fuese de madera. Mira hacia abajo con incredulidad. La sangre que gotea no es roja, sino de un pálido color amarillo verdoso que despide un olor de corrupción amoniacal, como orina podrida, el tufo de la estancia del hombre sobre la tierra. Donde la sangre cayó sobre la madera bruta, la corroe como un ácido y traza un rostro simiesco, maligno, grabado con odio, maldad y desesperación.
Se toca la herida con los dedos de su mano derecha y ésta se contrae y sano bajo esa imposición. Ni siquiera queda una cicatriz.



Y un hombre vino a mí con un mono enfermo en sus brazos, y dijo:
- ¡Cura a mi mono!
- No puedo curar animales; no tienen alma.
- Tienen gracia y belleza e inocencia. ¿Qué es la gente que curas, si no animales? Animales sin gracia, animales feos, deformados y enfermos por el odio que causó su mal...
Abrazó a su mono enfermo con ternura y se dio la vuelta. Luego, míró hacia atrás y dijo:
- Anda, cura a Tus leprosos. Y a Tus pordioseros hediondos. Cura hasta que no Te quede nada con qué curar.
Y otros vinieron con gatos enfermos, y con hurones. Y uno vino con un niño enfermo.
- Este niño es vidente. Puede ver lo que hay en las mentes de los otros. Puede hablar con el viento, y con la lluvia, y con los árboles y con los ríos. Cúralo.
- No puedo curarlo porque no Me conoce y no conoce a Aquél que Me envió.
- Entonces no me importa nada de Ti, ni de Aquél que Te envió. Porque Te envió para hacer a los hombres menos de lo que son, no más. Él te envió para cegar nuestros ojos y tapar nuestros oídos.


"El fantasma accidental" de William Seward Burroughs