BLUES
No era necesaria una nueva acometida de la soledad para que lo supiera. Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos. Donde el amor moró y tuvo reino que da ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco donde está anocheciendo. Donde goteaba luceros una noche sobre unos hombros limpios como verdad mostrada, sólo queda una brisa sin destino. Donde una mujer fundara un beso sólo árboles postrados al invierno. Y no era necesario decirlo. El corazón sin que sea una lágrima puede sombrear las mejillas.
La ventana da a la tristeza. Apoyo los codos en el pasado, y sin mirar tu ausencia me penetra en el pecho para lamer mi corazón. El aire es una mano que está hojeando mi fente. Mi frente donde la luna es una inscripción, una voz esculpiendo su olvido. Como humo la luna se levanta de entre las ruinas del atardecer. Es muy temprano en ese azul sin rostro. No era necesario enturbiar la soledad con el polvo de un beso disuelto. No era necesario memorizar la noche en una lágrima. Labios sobrecogidos de olvidos, pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose, ruido de nubes que el otoño piensa.
Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua donde el anochecer flota en silencio. Hay la rama de un árbol como un brazo esculpido por algún abandono.
Hay miradas y cartas donde la noche puso en marcha al vacíio, a las frentes que extinguen su remoto color sobre letras que enlazan señales de viaje.
Aquí está la tarde. Puede enrolarse en ella quién esté enamorado. Aquí está la tarde para designar una ausencia. Suena en mi pecho el mundo como un árbol ganado por el viento.
No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo puede ser otra mano evaporándose. Invernará la noche en mi pecho. No era necesario saberlo. No tiene importancia. Espero una carta todavía no escrita donde el olvido me nombre su heredero.
José Carlos Becerra
Bibliografía:
Becerra, José Carlos El otoño recorre las islas, prológo de Octavio Paz.
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