sábado, 21 de marzo de 2009

Se detiene el tiempo:

No había chico más insolente, ni más reservado que él. Fontaine daba la impresión de estar calificado para acceder a un estadio superior de la vida, de tener las manos metidas en el corazón de la realidad, mientras el resto de nosotros todavía estábamos aprendiéndonos citas de memoria y mendigando aprobaciones. Pese a que seguía sacando los libros del armario, todos sabíamos que no eran más que puntuales y que no estaba destinado a la sabiduría sino al capitalismo, como ya auguraban su tratos con la droga.

Sin embargo, Trip jamás olvidaría aquella tarde de Septiembre, cuando ya habían empezado a caer las hojas de los árboles. Al entrar a la escuela se encontró con el señor Woodhouse, el dierctor, que se acercaba por el pasillo. Trip ya estaba acostumbrado a topar con personas importantes cuando estaba puesto y, según nos aseguró, nunca se sentía paranoico por eso. No sabía explicar por qué la visión del director, con sus pantalones anchos y sus calcetines amarillo canario, hicieron que se le acelerase el pulso y comenzara a sudarle la nuca. El hecho fue que, con gesto imperturbable, Trip se coló a la primera clase que encontró.

Al sentarse no vio una sola car, no vio profesor ni alumnos y lo único que percibió fue una luz celestial que iluminaba el aula, un fulgor anaranjado que provenía del follaje otoñal. Era como si la clase se hubiera llenado de un líquido dulzón y untuoso, una miel casi tan ligera como el aire que inhaló.
El tiempo parecía transcurrir más lentamente y en el oído izquierdo percibió el campanilleo del Om cósmico con la claridad de un timbre de teléfono. Cuando le sugerimos que posiblemente estos detalles estaban relacionados con el mismo THC de su sangre, Trip Fontaine levantó un dedo en el aire y aquélla fue la única vez que le dejaron de temblar las manos durante todo el tiempo que duró la conversación.

- Sé muy bien que es estar colocado- dijo - pero esa vez era diferente.

Bajo aquella luz anaranjada, las cabezas de los alumnos parecían anémonas de mar que ondulasen dulcemente y el silencio de la clase era como el del lecho del oceáno.

- Cada segundo es eterno- nos dijo Trip al describirnos cómo, cuando se sentó en su pupitre, la chica que tenía delante se dio la vuelta y lo miró sin razón aparente.

No había podido decir si era guapa o no porque lo único que vio fueron sus ojos. El resto de la cara -sus labios carnosos, la rubia pelusilla del cutis, la nariz con las ventanas rosas y translúcidas- se dibujó vagamente mientras los ojos azules lo levantaban como una ola marina y lo mantenían en suspenso.

- Fue el punto fijo de un mundo que giraba- nos dijo, citando a Eliot, cuyos poemas completos había encontrado en la biblioteca deL centro de desintoxicación.

Aquella Lux Lisbon seguiría mirándolo durante toda la eternidad y Trip Fontaine le devolvería la mirada. El amor que Trip sintió en aquel momento por ella fue más auténtico que todos los amores que vendrían después porque sobreviviría a la vida real y seguía atormentándolo incluso ahora en el desierto, con su belleza y su salud arruinadas por completo.

- Nunca se sabe qué desencadenará el recuerdo-, nos dijo-. Puede ser cualquier cosa: la cara de un niño, el cascabel en el collar de un gato...

Jefrey Eugenides
Vírgenes Suicidas.